04 julio, 2008

Cosas que pasan II

2008.jul.4


Levantó la mirada, poco a poco, y se mordió el labio inferior mientras sonreía. Volvió a recorrerme de arriba a abajo y dijo: Será mejor, mucho mejor que tú. Sólo de pensarlo el corazón me late a mil. Y luego me tumbó en el sofá y me besó, y dejó que yo la recorriera a ella una vez más.

A la mañana siguiente ya no había rastro de ella en el pequeño piso. La única pista delatora de que lo que había pasado la noche anterior no había sido un sueño eran sus cabellos en la almohada y los platos por fregar de su desayuno. Esperé a que volviese aquella noche, pero no dio señales de vida; así pasó igual la noche siguiente, y la que le precede... así durante tres largos meses. No me importó demasiado, porque yo tenía a quién abrazar y besar cada noche, pero me molestaba el hecho de que no se hubiese despedido siquiera; pero bueno, al fin y al cabo, ella me había advertido de eso desde el principio, que cualquier día podría desaparecer de mi vida porque "lo había encontrado". Lo considero estúpido: me entrega su ser mientras busca o encuentra a ese hombre maravilloso que será mejor que yo. Esa era la diferencia entre ella y yo: yo no la necesito, ella a mi si.

Aquella noche no había llamado a nadie, me apetecía pasar solo la vigilia, bebiendo cerveza y leyendo alguno de esos libros que la universidad y el sexo me habían hecho abandonar en la estantería. Abrí un libro arrancado al azar de su lecho de polvo y las partículas de tierra me hicieron estornudar varias veces. La páginas estaban algo manchadas por la humedad, pero aún se podía leer; cerca de las dos y media de la mañana oí pasos en el pasillo, y pensé que Carlos (mi vecino) volvía temprano de los bares; esperé oír el sonido de unos tacones acompañando los suyos, pero no se oía nada más que una persona. De repente una llave se introdujo en el cerrojo de mi puerta y apareció ella, tras estar semanas desaparecida. Yo miraba hacia la puerta, pero no cambié de postura, ni hice amago de ir a recibirla. No pareció sorprendida, ni ofendida, más bien parecía que estaba demasiado absorta en algo.

Después de cinco minutos, ella seguía en la puerta, en silencio, mirando al suelo; yo carraspeé. Fue como si de repente le hubiesen dado un tortazo: abrió mucho los ojos verdes, se sobresaltó y dejó los labios entreabiertos. Se acercó a mi con paso titubeante, puso su cara muy cerca de la mía. Sinceramente, pensé que su aliento olería a alcohol, pero olía a pasta dentífrica de esas que están de promoción en los supermercados. Sin saber por qué aquello me excitó muchísimo; intenté besarla, pero antes de ir a rozar los labios ella murmuró algo que me dejó absolutamente perplejo:

-Ya sé cómo te llamas. Ya sé quién eres.- Lo dijo como si hubiese hecho un gran descubrimiento, algo que cambiaría para siempre el destino del mundo y la humanidad.
-¿Qué dices?-repliqué.
-Durante mucho tiempo, me he preguntado por qué, si sé que no me amas a mí porque soy yo, sino por lo que soy, una mujer, te sigo amando, me sigues pareciendo terriblemente sexy y tu sonrisa me sigue derritiendo por dentro de la manera más dulce y cruel. No entendía por qué cuando estaba contigo y veía que al yo irme venía otra, no sentía unos celos intensos, no sentía el deseo de gritarte, odiarte...- Permaneció unos segundos en silencio, y yo no me atrevía a interrumpirla, luego prosiguió, despacio:
>>Mientras te amaba sabía que vendría otro, que te olvidaría, pero que después volvería a buscarte. ¿Mi bote salvavidas?, puede, pero sería demasiado romántico, cruel... o irreal. No sabía qué pensar, hasta que vi la fotografía que ella te hizo. Dios, me hiciste sentir tan... feliz; sonreías como un niño que acaba de hacer algo que no debe, y yo supe que, por muy poco que te viese o supiese de ti, siempre ibas a estar en mi vida. Así averigüé cómo te llamas.

-No entiendo...-balbuceé, tratando de controlarme-, tú ya sabes cómo me llamo, lo sabes desde el principio, yo te lo dije, y también las condiciones. ¿Por qué...?

-Sshh... tú, eres Eros, Cupido, hijo de Afrodita, Amor, eres el acto sexual sin condiciones y el cortejo para toda la vida. Caprichoso, libre e indiferente. Por eso sé que podré volver cuando quiera y que tú siempre me vas a recibir... tal y como haces con todas.

La miré a lo ojos, perplejo, y al ver lo que se escondía en ellos no pude más que sonreír.

-Me has pillado, ¿eh?-dije-,intenté que no te diereas cuenta, pero has sido más persistente de lo que pensaba.

-¿Y por qué no huyes? Tienes la oportunidad, sabes que no te detendré.

-Lo haré, tal vez... más tarde. Sólo si me obligas.