27 septiembre, 2008

Y otra...

Quisiera que me dijeras cómo pasó, en qué momento decidí dejar de sentir, para convertirme en una observadora pasiva, primero de la vida de los demás, y más tarde de la mía propia.

¿Podrías decirme, exactamente, la milésima de segundo en la que pestañeé y cómo pude hacer aparecer tal fortaleza ante mi? Es que yo ahora solo recuerdo sentirme tan... tan como una tortuga. Nobu. Es así, ¿no? Parecía tan inescrutable y firme, y aún así, sólo te ha hecho falta pronunciar ocho letras para que todo se venga abajo y hacerme abrir los ojos de nuevo a mi realidad. Que pretendo ser fría y distante, cuando lo que quiero es que me abracen, que pretendo ser autosuficiente, cuando lo que necesito es que alguien me bese y me diga esas cosas que tú le dices a ella. Que pretendo hacer como que no pasa nada, cuando lo que necesito es volver a respirar aire, ser yo, gritar ¡a quién le importa!, y abrazar y besar cuanto necesite, aceptar y asumir que amo y quiero ser amada, que me duele, pero que eso solo demuestra que soy capaz.


Y ya sé que esta es una de tantas cosas deprimentes que hay repartidas por el mundo, pero cada uno tiene sus días, y el muro de Berlín sólo se tiró una vez.


Oye... ¿me lo repites otra vez?



Te quiero.

11 septiembre, 2008

Para Sara

2008,sep,11

-¿Y por qué no simplemente algo que se te acabe de ocurrir? Como un cadáver exquisito, uno de aquellos que hablaban de la luna sin nombrarla… O también como la memoria de los callejones de alguna perdida y remota ciudad.

Le preguntó molesta por qué le gustaban tanto los callejones. Sólo esconden violaciones y robos, argumentaba. Pero la miró y sereno le respondió que no todo era malo.

-Piensa en la cantidad de niños que se han concebido o nombrado en callejones y que más tarde han llegado a recibir… qué se yo… ¿te vale un premio Nobel? O quizá un Oscar de la Academia, si te pones frívola.-argumentó, entre la seriedad y la broma

Echó una mirada ácida hacia el sofá que estaba al lado de la puerta del balcón y replicó: “Las frivolidades puedes dejárselas a los frigoríficos”

Una sonora y estridente carcajada resonó en toda la habitación, lo que le hizo recordar que para él todo era una broma.

-Tal vez también podrías hacerlo sobre algo que no te atrevas a nombrar, esas cosas que dejas flotando en el aire para que la gente se imagine qué imaginas porque aún eres demasiado niña como para hablar sin tapujos. Sexo es sexo y se acabó, ¿no crees?
>>Pero aún así he de admitir que me gusta, esa dulce inocencia tuya; me hace sentir como si nunca hubiese sentido antes… ¿entiendes a lo que me refiero? Como en las canciones de Pedro Guerra, con “el verbo sin abrir”… o tal vez sobre Matilde. Bueno, puede que prefieras a Greta… ¿o acaso te gusta más Viola?

Ella lo observaba cada vez más malhumorada a cada nombre que pronunciaba. Sabía que lo hacía sólo para molestarla, y eso hacía que ella se molestara cada vez más.

-¿Y por qué esconderse? ¿Por qué tanto secretismo y tanto ocultar? ¿De qué sirve si al final lo único que logramos es que deje de existir, de tener coherencia? Los dos sabemos que estás sentado en el sillón de mimbre que está junto a la ventana, que te fumas un puro porque te gusta que el olor se quede impregnado a mis sábanas y que esta conversación es sólo una excusa para venir a verme. Tú mismo lo has dicho antes: “sexo es sexo, y se acabó”.

Él la miró por primera vez desde que había llegado, hacía ya casi cinco horas. La miró y la expresión de su mirada hizo que sintiera miedo y excitación a la vez.

Es cierto que dije eso-replicó, llevándose lentamente el puro a la boca y aspirando como si fuese su alma la que se estuviese quemando y tratara de devolverla a su cuerpo-, pero que lo haya dicho no significa que lo piense. Eso sólo era una puntualización de la manera que tienes de expresarte y, por lo que veo, también de pensar.- Ese último comentario hizo que se sintiera particularmente mal. No tanto por el hecho de que lo dijese como porque era verdad.

-Pero no hay problema-continuó él, levantándose del sillón y acercándose hacia el lugar en el que ella estaba sentada-, porque puedes seguir pensando que el sexo es sólo sexo hasta que yo te haga desear respirar el aire de mi boca como yo deseo el tuyo. Puedes pensarlo hasta que sientas que te mueres si no te recorro con la mirada cuando apareces. Puedes pensar lo que quieras hasta que yo posea algo más que tu cuerpo; lograré que evites mirarme para no sentir que tu cabeza da vueltas por no entender cómo un metro puede parecer tanta distancia.

Mientras decía todo esto el corazón de Yumi empezó a latir desbocado y se le arqueó la columna de placer cuando notó que los largos cabellos de él se posaban sobre sus pechos.

Y aún así, no pudo evitar preguntarse si se equivocaría.

10 septiembre, 2008

Conseciencias del I Ching


2008.sep.10


Observaba lentamente cómo la desnudaba. Primero le soltaba el pelo, luego la camiseta, el cinturón...

Lo estaba observando y aún así todavía no era capaz de hacerse a la idea de ello. ¿Así?. ¿tan fácil iba a ser?, se preguntaba mientras secretamente se rendía a las delicias del momento. Conforme su respiración, así como los latidos de su corazón iban más rápido, su asombro iba en aumento. Pensó que tal vez habría algo de dificultad en toda esta trama, antes de llegar a la meta.
Su meta.

Llegó a ella el suave olor a rosas de aquella muchacha que, irritada y dolorida, había golpeado su carruaje al pasar horas antes. Recordó su mirada, de un verde intenso con manchas amarillas, como las aguas de un pantano. Mientras, ella seguía siendo invadida poco a poco, prenda a prenda.


Apenas recuerda lo que sucedió después. Sólo sabe que despertó, tal vez un par de horas, tal vez minutos más tarde, sola en el colchón. Recuerda haber echado en falta el olor de las rosas, pero no el de él... ni el de ella. Tenía la boca pastosa. Ordenó a una de sus sirvientas que le trajeran agua mientras otra le arreglaba el cabello y la maquillaba. Había instruido a sus criadas para que fueran muy discretas y leales en lo que a ella se refería, y estaba segura de que así era, aunque a veces le asaltaran dudas.
Recuerda que aquél día entraban los rayos tibios del sol otoñal a través de las persianas aún echadas. También recuerda que, cuando la sirvienta con el agua llegó le reprochó que había tardado demasiado en traerla, y no quiso atender a sus explicaciones. Entonces, al ver sus gritos reflejados en el rostro de aquella muchacha, indudablemente más joven y bella que ella, pudo ver lo que pensaba, y eso la asustó.

No abandonó sus aposentos en todo el día, y ordenó a sus sirvientas que no la molestaran... menos a aquella otra; a aquella otra le ordenó que no volviera por allí.











¿Cómo puede un ser tan frío amar tan apasionadamente?





Y si no lo entiendes, es porque nunca has logrado pensar en ello...