03 diciembre, 2012

Equivocaciones del sueño



Aparentemente no pasa nada. Ninguno de los dos actúa diferente, pero saben que todo puede ser diferente de un momento a otro. Ella se para, se ríe por lo bajo de la última broma, y de repente lo ve todo demasiado cerca, él está demasiado cerca. Contempla sus labios, asombrosamente atrayentes, y sabe que no debe ceder, pero tampoco sabe en qué momento empezó a sentir debilidad por ellos: simplemente ha pasado, está ahí, y ella no puede hacer ya nada más que intentar evitar lo inevitable.

Él para de reír. La contempla ahí, sentada cerca de él, y aunque no dice nada, sabe que su corazón se acelera. El tiempo se para. Su corazón palpita tan rápido en el pecho que siente que le va a estallar… se acerca, despacio. Miles de cosas pasan por su cabeza, miles de reproches, pero todos asombrosamente enmudecidos por el bullicio que provoca ahora la avalancha de adrenalina. Cada vez están más cerca, puede sentir su respiración sobre ella.

Y entonces sucede. Algo estalla en su interior, el mundo brilla y su piel se eriza al contacto con sus labios, entiende que ha nacido para ese momento, que no importaba lo que debiese o no debiese hacer, no importaba nadie más que ellos en ese momento en el que sus labios se unían en una confesión silenciosa. Una sola. Ninguna más.


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