Aparentemente no pasa nada. Ninguno de los dos actúa
diferente, pero saben que todo puede ser diferente de un momento a otro. Ella
se para, se ríe por lo bajo de la última broma, y de repente lo ve todo
demasiado cerca, él está demasiado cerca. Contempla sus labios, asombrosamente
atrayentes, y sabe que no debe ceder, pero tampoco sabe en qué momento empezó a
sentir debilidad por ellos: simplemente ha pasado, está ahí, y ella no puede
hacer ya nada más que intentar evitar lo inevitable.
Él para de reír. La contempla ahí, sentada cerca de él, y
aunque no dice nada, sabe que su corazón se acelera. El tiempo se para. Su corazón
palpita tan rápido en el pecho que siente que le va a estallar… se acerca,
despacio. Miles de cosas pasan por su cabeza, miles de reproches, pero todos
asombrosamente enmudecidos por el bullicio que provoca ahora la avalancha de
adrenalina. Cada vez están más cerca, puede sentir su respiración sobre ella.
Y entonces sucede. Algo estalla en su interior, el mundo
brilla y su piel se eriza al contacto con sus labios, entiende que ha nacido
para ese momento, que no importaba lo que debiese o no debiese hacer, no
importaba nadie más que ellos en ese momento en el que sus labios se unían en
una confesión silenciosa. Una sola. Ninguna más.